Al caer la tarde, en la cima de esa montaña, florecía todas las noches una rosa que tronaba la inmortalidad.
Sin embargo, nadie se atrevía a acercarse a ella pues sus numerosas espinas estaban envenenadas.
Entre los hombres, solo se hablaba del miedo a la muerte y al dolor pero nunca de la promesa de la inmortalidad.
Y todas las tardes, la rosa se marchitaba sin poder otorgar sus dones a persona alguna.
Olvidada y perdida, la cima de aquella montaña de piedra fría.
Sola, hasta el fin de los tiempos.
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